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Las fuerzas del cielo

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Era un cuerpo, sí, pero también un pliegue violento en el relato de la noche. Tirado boca abajo, las piernas abiertas con una torpeza que no parecía humana. El abrigo estaba roto, no por el uso, sino por algo que buscó adentro en su último acto. Desde cierta distancia, parecía estar rezando. Tenía las manos atadas con un cable fino, de esos que se usan para parlantes. La cabeza girada, como si hubiese querido decir algo y se lo hubieran torcido a tiempo. Nadie más lo miraba. El charco de sangre formaba un rizoma que se perdía en la alcantarilla. No sentí miedo, sino una extraña familiaridad. A veces el espanto tiene forma de reencuentro. Ya me había metido adentro, como siempre que el aire huele a problema. Desde atrás del vidrio sucio vi que se quedó quieto bajo el farol, como si hubiese recordado de golpe quién era. Tenía las manos en los bolsillos, y una luz de neon titilaba tiñendo de rosa todo su cuerpo. Entonces pasó: un chirrido corto, metálico, como si rasgaran una reja. Y lueg...

El hombre que no murió

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A veces, cuando llueve sobre la avenida de Mayo y los colectivos escupen charcos como bestias cansadas, uno entra a Los 36 Billares no para resguardarse del agua, sino para que el tiempo se detenga un rato. Hay algo en la luz amarilla de ese lugar, en el ruido seco de las bolas de billar contra la madera, que hace pensar que si uno se queda lo suficiente, puede volver a empezar de cero. Yo estaba allí, tomando un café rancio pero honesto, cuando me encontré con el muchacho. Lo conocía de la calle: solía tocar la guitarra mal templada frente al Teatro Avenida, siempre con cara de haber soñado cosas más grandes. Ese día tenía los ojos hinchados, no de llorar, sino de haber visto algo que todavía no podía procesar del todo. Me pidió fuego y se sentó, sin permiso pero con necesidad. Y sin que yo le preguntara nada, empezó a hablar. Como si necesitara dejar ese relato en alguien antes de enloquecer. Dijo que lo había visto. Que no lo reconoció al principio, claro. Que era un viejo común,...

Todo marcha acorde al plan

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  Todo marcha acorde al plan Seis cuentos de ciencia ficción para entender el presente argentino Por Diego Briata No hay contradicciones, solo enemigos. No hay zonas grises, solo aliados o casta. No hay presente, solo un plan. Y todo, según repiten como un mantra Javier Milei y su estratega Santiago Caputo, “todo marcha acorde al plan” (TMAP). Una frase que, lejos de tranquilizar, resuena como una contraseña de vigilancia, una coartada para el desastre, una promesa de orden sin alma. Frente a ese horizonte distópico que ya no necesita máscaras futuristas —porque se nos volvió cotidiano—, propongo leer seis cuentos como espejos fragmentados del país. No para explicarlo, sino para seguir sospechándolo. I.  Philip K. Dick – “La fe de nuestros padres” Un Estado mundial que gobierna por alucinación. Un dirigente supremo que es a la vez dios, insecto, máquina. En este cuento, Dick lleva al extremo la lógica de la percepción manipulada: la verdad es una droga que solo algunos pueden ...