Las fuerzas del cielo

Era un cuerpo, sí, pero también un pliegue violento en el relato de la noche. Tirado boca abajo, las piernas abiertas con una torpeza que no parecía humana. El abrigo estaba roto, no por el uso, sino por algo que buscó adentro en su último acto. Desde cierta distancia, parecía estar rezando. Tenía las manos atadas con un cable fino, de esos que se usan para parlantes. La cabeza girada, como si hubiese querido decir algo y se lo hubieran torcido a tiempo. Nadie más lo miraba. El charco de sangre formaba un rizoma que se perdía en la alcantarilla. No sentí miedo, sino una extraña familiaridad. A veces el espanto tiene forma de reencuentro. Ya me había metido adentro, como siempre que el aire huele a problema. Desde atrás del vidrio sucio vi que se quedó quieto bajo el farol, como si hubiese recordado de golpe quién era. Tenía las manos en los bolsillos, y una luz de neon titilaba tiñendo de rosa todo su cuerpo. Entonces pasó: un chirrido corto, metálico, como si rasgaran una reja. Y lueg...